En la imaginería colectiva del cine, el desierto nos habla de soledad. Una carretera larga y vaporosa que parece ir a ninguna parte, donde se vislumbran realidades ficticias y bagajes incesantes. En “París Texas”, el desierto le roba a Travis las palabras; En “My own private Idaho”, Mike se pierde entre el polvo y la narcolepsia. Pero en el mundo de “Bagdad Café”, la turista alemana Jazmin (Marianne Sagebrecht) camina firme y decidida por el borde de la carretera hirviendo, vestida con un grueso traje verde y un sombrero tirolés.
Jazmin y Brenda se encuentran de frente. A simple vista parecen opuestas, pero ambas cargan con sus decepciones y buscan algo mejor en la mitad de la nada. Algo nos dice que esconden la respuesta que la otra espera. Brenda, como a todos, la mira con recelo. Jazmin trae consigo una maleta con ropa de hombre, su visa de turista y la magia necesaria para llenar de color las notas grises de Brenda.
Bagdad Café es de esas películas que te obligan a verla una y otra vez, por si acaso se pasó por alto algún detalle. O simplemente para volver a admirar sus imágenes sublimes, para reencontrarse con sus protagonistas, para que la canción principal -“I’m calling you” de Jevette Stelle- no deje de sonar en tu cabeza. De esas que miran de cerca la vida de un grupo de personas comunes que uno suele toparse pero de quienes nunca nos interesó saber demasiado. Nos habla de un rincón perdido en el mapa donde la belleza es lo distinto y la vejez un nuevo tiempo para enamorarse, donde personas sencillas pueden cambiar la vida de otras personas sencillas. Y, de paso, nos regala el privilegio de poder recomendársela a un amigo
No hay comentarios:
Publicar un comentario