miércoles, 18 de noviembre de 2015

Enrique Lafourcade: "Nunca he podido leerme El Quijote" (Revista Fibra)



Llevo más de cinco minutos buscando la casa de Enrique Lafourcade en el cerro San Luis. Repaso en
mi mente todas las minuciosas instrucciones que me dio cuando concertamos la entrevista, sobre todo respecto a lo escondido del timbre y las abundantes flores del balcón. Al pasar por tercera vez por la calle El Quisco, lo veo parado en la vereda, flaco, elegante. Me saluda muy cordial y yo me deshago en explicaciones del tipo “no conozco estos barrios” o “el número no se ve”. El escritor sonríe, “intuí que le podía pasar” dice, y me muestra con su dedo índice el número que se lee grande y claro sobre la pared de la casa.


Desde afuera se escucha estridente una pieza de música clásica. “Estaba escuchando a Mahler” me cuenta, a medida que subimos lentamente hacia la entrada de su casa, adornada con un marco dorado de espejo tamaño gigante. Finalmente nos instalamos en su living de paredes fucsias y azules, decorado con retratos del poeta Arthur Rimbaud, estanterías rebosantes de libros, un grupo de muñecas europeas de porcelana del siglo XIX, una vitrola verde y un piano en cuya superficie yace “Lulú”, una cabeza de maniquí que sonríe con dientes humanos. Enrique Lafourcade  es un hombre de objetos. Le gusta  salir a regar sus plantas con suecos, caminar por el barrio con bastón, escribir sus textos a  máquina y sacarse fotos con sombreros. Del pasado, recuerda la caja de frutas con que armó su primera biblioteca cuando niño y las boinas de las jóvenes guerilleras que encadiladas por algún líder subversivo luchaban en los tiempos de la dictadura . Mientras me habla de sus problemas de conducta en el Liceo Lastarria, sus años en la televisión y de las cuatro veces que ha tratado de leerse "El Quijote" infructuosamente, interrumpe la conversación para mostrarme uno de sus objetos más preciados: un álbum que contiene imágenes de sus tres hijos, Dominique, Octavio y Nicole, retratos familiares y fotos con amigos. “Aquí estamos con Borges, Nicanor Parra y la María Luisa Bombal en mi casa. Esa otra era la mujer de Nicanor, después se suicidó. ¡La María Luisa estaba tan borracha esa vez!” cuenta. “Aquí con Borges otra vez, y Braulio Arenas”, “aquí con la Geraldine Chaplin y con Matta”, continua mientras tomamos té con galletas integrales.

Rossana, su tercera mujer, entra sigilosamente al living. Trae en sus brazos a Sherezade, una gata persa–birmana a la que gusta que la llamen Josefina cuando está deprimida y cuya timidez la lleva a ocultarse en cualquier lugar de la casa frente a la presencia de un desconocido. Llevan once años junto a Rossana. El suficiente “para saber que será la última. Es una mujer excepcional”. Con ella pasa las horas escuchando música, cocinando, tocando piano “cómo pianista de prostíbulo” y posando para fotos inusuales. Y mientras su mujer  pinta un retrato de algún escritor chileno, como lo ha hecho con Vicente Huidobro y Gabriela Mistral, él escribe alguna crónica para El Mercurio, alguna novela, algún cuento. Cómo lo ha hecho toda su vida. Lo que pretende hacer hasta el último día.
Estado salvaje
Enrique Lafourcade nació en 1927, en una familia católica, según él “excesivamente católica para mis posibilidades”. Vivía entre las calles Santa Isabel y Seminario, un barrio cristiano donde todos iban a la novena y la misa era “algo absoluto”. Segundo de cinco hermanos, desde chico pasaba horas en el parque Bustamante, mirando pasar el tren eléctrico que iba a  Puente Alto y jugando con hijos de emigrantes árabes, judíos, italianos, griegos. “Imagínese que le comprábamos tallarines a una familia de emigrantes, ¡Los Luchetti! Todos nos conocíamos. Era el típico viejo barrio de la vieja ciudad de Santiago.” Con sus hermanos pasaba horas pegado a la radio y así comenzó a fascinarse por la música.

La muerte de su hermana Ximena inspiró tu primer libro, “El libro de Kareen” ¿ Fue ahí cuando comenzó su pasión por la literatura?
–Fue de los primeros, ella murió de tuberculosis. En esa época yo ya leía harto, pero tuve que terminar mis estudios en el liceo Lastarria para interesarme más seriamente en la literatura, en la lectura y en su consecuencia que es la escritura, el intento de creación literaria. Logré llegar gateando a la universidad.
¿No era un buen alumno?
No, además tenía mala conducta. A propósito, voy a contar una anécdota que es muy simpática. Pasaron años de años de años, yo estaba casado con Marta Blanco y habíamos creado una librería en el edificio de Tajamar. La bautizamos como “El Caballo Azul”. Estábamos ahí  y apareció un señor. Empezó a conversar conmigo, me llenó de elogios y me dijo: Usted es uno de los alumnos más brillantes que ha pasado por el Liceo Lastarria,  y  vamos a celebrar los, no sé, 200 años del liceo, por lo  tanto queremos tenerlo a usted en el lugar de honor para rendirle un homenaje. Usted tiene mala memoria, le digo, ¿Es el rector todavía? Sí, me quedé pegado ahí–r esponde. Y me seguía piropeando. ¿Usted no se acuerda que a mí me expulsaron del Liceo Lastarria? ¿Y quién cometió esa barbaridad?, pregunta  ¡Usted, pues! ¡Y no solo una vez sino que dos! Porque mi papá fue a hablar, desesperado, y me dejaron seis meses a prueba, hasta que me expulsaron. Lo tomó con gran humor, pero no fui a la ceremonia, por supuesto.
¿ Cuando salió del colegio ya tenía decidido su camino o pensó en estudiar algo más convencional y lucrativo?
Mire, primero me interesó mucho la música y me sigue interesando como escritor y como pianista de prostíbulo, a veces canto tango y aporreo el viejo piano. Me di cuenta de que era más creador el mundo de la palabra. Además estaba leyendo como loco, empecé con una biblioteca en mi casa de Santa Isabel, tenía puros libros usados de la librería de Estación Central y de San Diego. La primera biblioteca la armé en una caja de frutas, como 15 libros. Ahora tengo un rebalsé que se está tomando mi living.
¿Qué leía en esa época?
Novelas, cuentos, muchos cuentos, poesía. Eso sí, El Quijote me lo he tratado de leer como cuatro veces, y nunca he podido. Le aseguro que el 50 por ciento de quienes dicen haberse leído El Quijote están mintiendo, ¡incluido el autor! Bueno, me lancé en esta dirección sabiendo que profesionalmente era cero.
¿Su padre que opinaba?
Estaba indignado. El trabajaba en el Ministerio de Hacienda, había estudiado ingeniería, y tenía un buen puesto. Quería que su hijo hiciera lo mismo. Pero yo tenía mi grupo de amigos, y cuando entré al Pedagógico de la Chile, conocí gente muy interesante. Fui compañero de Jodorowsky, Torreti, Enrique Lihn, montón de gente. Salí de Santa Isabel y entré en el Gran Santiago. Pasaba metido en la Biblioteca Nacional y en el Parque Forestal.
¿Cuánto ha cambiado ese sector?
Mucho…bueno, Chile se ha transformado en un país en estado salvaje, los barrios cerca de la Alameda yo los desconozco, la Biblioteca Nacional ha mantenido cierto señorío, cierta cosa importante. Lo interesante es que sentí que la palabra escrita de alguna manera daba oportunidades para pensar la realidad. La escritura no la he dejado nunca, ni la voy a dejar. En realidad tengo tres máquinas de escribir y una computadora. Prefiero la máquina de escribir.
¿Pero la computadora no le facilita las cosas? Por ejemplo, en vez de ir a dejar la columna a El Mercurio todas las semanas, podría mandarla por Internet.
No, la voy a dejar los días martes y después voy a corregirlas. No debería hacerlo pero soy minucioso. Yo jubilé en El Mercurio pero me recontrataron.

Desorden de espíritu            
Hasta los 16 años se ponía colorado por todo, especialmente frente a una mujer. “La juventud es ese defecto que va desapareciendo con los años” dice el escritor, mientras recuerda que en su adolescencia se consideraba un defecto, “un ser sujeto a la risa”. Las mujeres lo intimidaban, las consideraba demasiado complejas. Ese temor pasó, pero incluso después de tres matrimonios todavía se complica al recordar los amores de esa época. “Ese campo no lo voy a tocar porque es bien complicado. Lo vamos a dejar para alguna novela”.
Hábleme de sus viajes y vivencias en el extranjero
Anduve por muchas partes, viví en Estados Unidos, en California, estuve en UCLA, en Berkeley. Después en México un tiempo. Me venía a Chile, me aburría y volvía. Hice muy buenos contactos. Luego cansado de viajar viví un año en París, Esa ciudad en aquella época era un imán.
En relación a la generación del 50 ¿ Qué tanta relevancia tenía la superación del criollismo para ustedes y cómo respondían a las críticas que los acusaban de desinterés por la realidad nacional?
El criollismo era un lenguaje cotidiano  y nosotros, Jodorowsky, Pepe Donoso, yo, estábamos abiertos a la gran literatura, que para nosotros se iniciaba con Rimbaud. El fue el precursor del surrealismo. Rescato lo que Rimbaud dice, una de sus frases esenciales,  “llegué a considerar sagrado el desorden de mi espíritu”. Esas cosas eran revelaciones de la otra vida. En ese entonces había una literatura que venía del siglo de oro español, estructurada, y que llegó a las colonias españolas. Eso no nos interesó de ninguna manera, eran poco creadores. Por eso fui a París entre otras cosas a encontrarme con las fuentes, con la gran rebelión no sólo literaria sino también estética. Quería poner el desorden de mi espíritu al servicio de esa rebelión.
A pesar de la superación del criollismo, también se basaban en autores chilenos
Sí, teníamos nuestros referentes, Nicanor Parra, Neruda, la Mistral, pero no eran tantos. Incluso en el criollismo había algunos interesantes, como Vicente Huidobro. Pero no lo alcancé a conocer.

Pasiones inútiles
Luego del éxito de “Palomita Blanca”, Enrique Lafourcade le vendió los derechos de su libro a un importador de alfombras judío para realizar una versión fílmica. El comerciante eligió a Raúl Ruiz como director, decisión que al escritor le pareció completamente desafortunada. Siempre le había molestado el “excesivo egocentrismo” del director, por lo que decidió mantenerse al margen de la realización del film. Sin embargo, se negó a que cualquier actriz interpretara el papel de María. “Quería a alguien común y corriente. Entonces hicimos ese concurso con el diario La Tercera y eligieron a esta chica que no estaba tan mala”, asegura.

¿Qué tan fiel fue Raúl Ruiz en su representación de la novela?
Se apartó de la novela, la dejó incompleta, se fue a Europa, volvió y la película quedó a medio hacer. Además cambió la trama. La novela es muy tierna, delicada, con una protagonista que es absolutamente una palomita blanca, porque descubre el amor. Ruiz lo trató con brutalidad,  con escenas de sangre. Tiene algunos momentos buenos, pero no es buena en su totalidad. De todas formas la película marcó un momento, aun imperfecta como es. Se les fue de las manos. Fue un proyecto de aficionados en un momento en que se pudo haber hecho una gran película. Tenía presupuesto, pero Ruiz con el socio que tenía se gastaron la plata en el bar del Crillón, invitaban de ocho a diez personas, y cuando se les acabó la plata se fueron a Canadá y a Francia a hacer su carrera. En todo caso, no hay ninguna película de esa época que se pueda decir; esto es un documento. Raúl Ruiz es uno de los enterradores del cine chileno. Jodorowsky pudo haber sido un gran descubridor, pero se fue a París y después a México y allá hizo un par de películas bien buenas. La verdad no me gusta mucho el cine, se trata de  un campo en que yo no meto. Por ejemplo, me compraron los derechos de “El Gran Taimado”, un capítulo, y me pidieron que actuara como asesor. No, cada uno en su oficio.
El lanzamiento de “El Gran Taimado”, en plena Dictadura ¿Fue el único momento de riesgo que vivió durante ese período? 
Sí. Lo di a conocer en el  Forestal El Gran Taimado, había como 200 personas. Me apoyaban pero estaban asustadas. Luego asaltaron la imprenta, rompieron todo, hasta las matrices y yo alcancé a repartir como 80 libros. Me refugié en la embajada argentina y después me arranqué a Buenos Aires.
¿Pero cuál era su postura interna en esa época?
Miré ese período desde lejos. No me gustaba el allendismo, fui amigo de Allende, incluso la segunda vez que fue coleado cuando se presentó a la presidencia  yo lo tuve de invitado a comer a mi casa, con mi hija Dominique. Teníamos una relación cordial, pero después empezó a aparecer el Allende discursivo, lo manipularon. Allende era básicamente un radical, su padre y su abuelo fueron líderes del radicalismo. Luego, al mirar todo el desenfreno y la locura que se estaba dando lugar con el allendismo, las tomas, la revancha, las venganzas, encontraba que era un despelote. Cuando vino el pinochetismo, peor. Dio lugar a la locura. El país estaba en estado de putrefacción. En esa época las generaciones jóvenes cometieron toda clase de errores. Por ejemplo, yo tenía una amiga, la Sofía Cáceres, una brillante estudiante de periodismo de Concepción, que  estaba enamorada de Miguel Enríquez. Entró a la brigada secreta de Enríquez, y cuando vino el estallido y la marinería atacó la universidad de Concepción , ella con diez muchachas más y otros milicianos, subieron a los techos a defender la universidad. Ella usaba boina y era bien bonita, pasionaria...recibió una ráfaga de ametralladoras, casi la matan. Lo mismo que le pasó a la Carmen Castillo, no sé si por el mismo galán... El hombre tiene dos pasiones inútiles: una el individualismo, y la otra la pluralidad, el colectivismo. La vida es una mezcla de yo soy el individuo, y los otros. Así surgen los hombres interesantes.


Enemigo público 
Enrique Lafourcade siempre ha sido un intelectual mediático. Además de su participación en programas como “Cuánto Vale el Show” y “Misterios sin resolver”, hizo algunas declaraciones en pantalla que provocaron fuertes polémicas. Su crítica contra la Teletón en un programa de Antonio Vodanovic lo transformó en enemigo público y provocó reacciones extremas por parte de la gente. “ Fui el primero en atacarla públicamente. Me sacaron del programa con carabineros porque afuera me querían linchar. ¡Incluso Vodanovic me ofreció sacarme en el portamaletas! Yo vivía en Pedro de Valdivia norte y los vecinos estaban enfurecidos conmigo, especialmente uno porque habían confundido su casa con la mía ¡y le rompieron los vidrios!”

¿Fue una crítica al espectáculo, o a la institución misma?
Una crítica al engaño público, y al modo cómo estas platas se iban a conseguir y a malgastar. Pero una crítica hecha con lenguaje, no así como así, y también referida a las oportunidades económicas que se estaban creando animadores como Mario Kreutzberger. Pero se transformó en un despelote.
¿Qué beneficios le trajo ese papel de pesado e irreverente?
Es que no es un papel, es una característica. Yo he creído siempre que el ser humano es una república independiente, debe luchar por serlo sin perjuicio de comunicarse. No es tan fácil le advierto, eran más los que me querían patear que el que pasaba y me besaba, pero no podía hacer otra cosa.
¿Qué recuerdos tiene de sus años televisivos?
Yo estuve años en la televisión. Hice programas con Rillón, con Di Girólamo. Tengo muy buenos recuerdos y me pagaban muy bien, por suerte cuidaba la plata. Ahora me llamaron, pero era una tontería muy grande. Hace poco Camilo Fernández estaba organizando un programa, nos reunimos con él y  Rillón, aquí mismo, pero ese programa que íbamos a hacer se transformó en ese que están pasando, ese que cantan y votan, se llama…
¿Rojo VIP?
Ese mismo. Yo iba a ser miembro del jurado, pero no sabía de qué se trataba el programa, además no me gusta casi ninguno de esos cantantes, ¡Habría hecho fracasar a todos! Además que después de pasado los cincuenta años están out. Son muy pocos los que pasan los cincuenta cantando bien. Eso también es interesante en el oficio del artista, del escritor, del pintor, que la edad se demora más en hacerlos callar. No es como los deportistas o aquellas que trabajan de bellas, ¡Y son muchas las que trabajan sólo de bellas!
Respecto al Premio Nacional de Literatura, usted es uno de los posibles nominados para este año ¿Qué opina de eso?
No sabía, ¡Yo no moveré un dedo!
Pero Raúl Zurita dijo que mientras él esté en el jurado, no se le dará el premio a usted.

Los premios si aparecen se aceptan, se agradecen. Esa es la manera de ganárselos, no con el “zuriteo”. Raúl Zurita  movió a medio mundo para sacarse el premio, pasaba  metido en La Moneda, buscando y buscando, hasta que se lo ganó. Así se sacan casi todos los premios literarios en Chile. ¿Hacerlo yo?  Prefiero esperar a ver si alguien se da cuenta de los trabajos de uno. Yo he tenido la satisfacción de tener muchos lectores, de escribir libros, de publicarlos, y ojalá me dieran el Nobel. En todo caso los que ganan los premios pasan inmediatamente al anonimato, no sé por qué.


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